miércoles, 16 de abril de 2014

El mito de la caida y la pérdida de la inocencia


El mito de la caída y la pérdida de la inocencia.

Niño incorruptible, joven esclavo.

Siendo aquello que en un principio fuimos albergábamos un poder inabarcable,  cuando nuestro cordón umbilical fue cortado por segunda vez y desprotegidos nos hallamos ante el frio se abrió ante nosotros la infinitud. Y es cuando reconocemos esa infinitud  cuando nació el miedo, la incertidumbre. Es ese miedo el que nos hace esclavos, pero también este es el campo en el que tenemos que luchar y el cual, aunque efímeras y volátiles, nos ofrece un crisol de posibilidades. Conquistar la vida, vencer al miedo, implica una teleología, y es esto lo que hace que sea diferente(quizás menos valioso, o no) que aquello que experimentábamos cuando de niños el mundo era un lugar aparte. Nuestro primer contacto con el mundo es desde la perspectiva de un niño, nuestra experiencia como niño nos muestra “algo” que sin duda muta cuando crecemos y desentrañamos los misterios de la existencia. Aquello trágico no tenia cabida en la cabeza de un niño, sin embargo nos vemos rodeados por esa faceta de la vida cuando dejamos atrás la niñez. Y ante nosotros la vida, el dolor, las preguntas, el amor reconocido y demás asuntos, asuntos que deben ser resueltos y que detrás de su complejidad aguardan un bello tesoro. Esta lucha no tiene fin en vida, esta lucha acaba con la redención que es el morir. Desistir en la lucha es la raíz de todo mal, todo mal que daña al hombre, el hombre que se daña a si mismo pues no es capaz de advertir la lucha, inconsciente no adivina a ver que hay detrás y sin saberlo se sume en la confusión y se ve desbordado por ella. El hombre aguarda su momento pero el momento no llega, el hombre debe entender la lucha como apertura, como un ir creando nuevas puertas que agrandan sus competencias y que cual arma de doble filo le da o le quita, cuanto mayor es la profundidad mayor es el riesgo. La comprensión que se ve reflejada en la mirada de un joven es el mayor regalo, aquel que no podríamos ambicionar como niño, pero que tampoco hubiéramos necesitado. Solo queda avanzar, ser barco con rumbo desconocido, pero cargado de determinación, de honestidad. Encontrar la pasión en las acciones que uno desempeña, amar lo que se hace y si no se es capaz obligarse a hacerlo, con la confianza ciega de saber que es lo único a lo que se puede agarrar este hombre que nunca dejo de ser niño.