Construyeron un puente en aquel lugar donde días atrás
habían dado forma a un cauce artificial. Las obras habían llevado varios meses
y multitud de curiosos se habían acercado durante el proceso para admirar las
dimensiones de aquel proyecto. El río sería desviado pronto. Una vez el cauce
quedó terminado construyeron un puente. El primer puente conectaba ambos lados
del cauce y cumplió con su función como se esperaba. Más tarde construyeron
otro puente de mayor tamaño, se utilizaría para cruzar por encima del primer
puente. Algunos ciudadanos comenzaron a cuestionar la utilidad de este segundo
puente, al principio lo miraban con recelo, pero poco a poco fueron
acostumbrándose y pasados unos meses lo interpretaban como un elemento más del
paisaje. Fue entonces cuando se construyo el tercer y cuarto puente. Estos dos
nuevos puentes se cruzaban entre si por encima del segundo puente.
Aparentemente su construcción estaba justificada pues albergarían nueve puentes
más cada uno. La mayoría de la gente entendía aquello como algo lógico y
apoyaron el proyecto.
Poco a poco los puentes iban proliferando unos encima de
otros, algunos llevaban a ciertos sitios, otros sin embargo no llevaban hacia
ningún lugar. Un hombre salió a las calles vociferando aquellas palabras – ¡Os
atrevéis a afirmar que es mi cabeza un
reflejo de vuestro paisaje, pero vuestros puentes están vacíos y su numero es
pequeño, mis puentes multiplican los vuestros y ninguno de vosotros infames
podréis hacer nada para evitarlo!
Los puentes se volvieron innumerables, cobijaban bajo ellos
a todo hombre o animal viviente, cobijaban otros puentes que a su vez cobijaban
más puentes aun. El único objetivo del ser humano por aquel entonces era poder
ser participe de aquella gran obra. Todo hombre debe construir su puente. Las
personas se amontonaban en las profundidades de la tierra para extraer los
materiales que servirían a la construcción del siguiente puente. Todos se
agolpaban en aquellos cráteres donde la atmosfera se impregnaba de los
numerosos gases tóxicos que emergían del interior de la tierra. Millones
perdían la vida en el solo intento de conseguir roca o metal. Se abalanzaban
todos hacia el centro de la tierra, a la sombra de los puentes que desde las
alturas les observaban. Una vez conseguían lo que buscaban, los pocos
afortunados que salían de allí con vida trepaban por la escalera humana de
cuerpos que descendían hacia las profundidades. Aquellos que tras meses
trepando conseguían llegar a la superficie debían encontrar el lugar correcto
donde depositar sus materiales para proseguir con la construcción de más
puentes.
Apenas algún que otro rayo de luz
se dejaba entrever entre el entramado de puentes que techaban el mundo. El
cielo era una intuición que los más pequeños no podían imaginar. Desde las
alturas, la gente descendía en tropel hacia los grandes agujeros de lo real
donde perecían en el intento de lograr metales para la construcción. Las clases
sociales habían desaparecido y solo un cometido anidaba en todos y cada uno de
los humanos que existían. Las familias alimentaban a sus hijos con cemento, y
si alzabas la vista esta se perdía entre los distintos niveles que los puentes
formaban. Todo continente conocido quedó como aquí se describe, la
infraestructura de puentes alrededor del mundo suplantó las ciudades que
antaño habían existido, el mundo podía ser recorrido a través de estos puentes
pues todos estaban conectados de una forma u otra. La humanidad se extendió de
nuevo a través de estos puentes en busca de materiales para continuar la obra.
Toda huella del pasado quedo extinguida, los niños jugaban entre ellos, de
puente a puente, bajo el amparo de un cielo de piedra.
Fue así como el mundo quedó
configurado y como aún sigue transformándose, sin limitaciones ni descanso, sin
descanso ni control.